A mi alrededor sólo había oscuridad.
Asustada, grité: ¡Hola! ¿Hay alguien ahí?
Mi voz retumbó y lentamente se fue apagando.
Pasados unos minutos, una voz lejana, tosca y seca, contestó entre toses: Hola. Bienvenida a tu final. Estas palabras me dejaron fría, como la encimera de mármol de Alberto.
Mientras se abría una puerta delante de mí, recordé la primera vez que vi a Alberto. Nos conocimos en una pequeña tienda del barrio, donde nuestras miradas se cruzaron. Al instante supimos que éramos el uno para el otro.
Alberto, sin dudarlo, me llevó a su casa y así comenzó mi vida con él. Hasta hoy.
Delante de mí apareció un hombre que me cogió bruscamente, mientras Alberto decía: Sí, es ésa, la mesa de roble. Sácala del guardamuebles que no tengo sitio para la caja de la nueva mesa táctil.
El hombre le contestó: ¿Has comprado una mesa táctil?
Y Alberto le dijo, mientras se alejaba: Sí, ya era hora de deshacerme de viejas reliquias. ¡Renovarse o morir!
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