Ellas bailando con sus seis presumidas cuerdas.
Al ritmo de los graves, se mueve el otro.
Y en medio, él, haciéndose el gallito y dando el cante.
Yo me quedo atrás, sin que nadie me mire. Nadie me aplaude. Eso sí, buenos golpes me llevo cada vez que me tocan.
El que peor me trata es un tío melenudo que siempre va de negro y que en cada bolo me atiza buenos palos.
Otras veces, cuando me monta un chico de churros en el pelo, respiro con tranquilidad. Esos días estoy como en una burbuja, ajeno a lo que sucede a mi alrededor.
Las mejores noches son cuando me toca el chaval que lleva gafas de pasta. Esos conciertos son muy divertidos. Me parto la caja con las incompresibles letras de esa banda; Amor cuadrado en espiral es mi tema favorito.
Lo más traumático para mí es que me encierren en esas fundas tan desgastadas donde siento cada piedrita del suelo, y que me monten para zurdos tampoco me gusta nada.
A pesar de todo, estoy orgulloso porque soy una pieza imprescindible para los grupos de música.
A bombo y platillo canto…
¡Tu-tu-tu, pa! ¡Soy batería!